jueves, 21 de agosto de 2008

Sin título aún.

"La noche apestaba. Era como si una espesa nube de humo tóxico y nauseabundo llenara cada rincón que me rodeaba. Y en medio de este asco que vino a posarse sobre mi garganta decidí salir a buscar aire limpio. Primero caminé siete cuadras sin rumbo fijo, a pasos agigantados, sabía que si disminuía mi velocidad me inundaría una especie de agotamiento, así que me apresuré a no perder el ritmo tratando de encontrar alguna señal que me llevara a algún lado.

Era tarde e inevitablemente comencé a temer de lo que iba apareciendo en el camino. Hombres en grupo parados en esquinas mirando con cara de ansiosos, dos jóvenes con camiseta de fútbol y jarra de cerveza en mano, ladridos de perros que me parecieron furiosos y un sonido lejano similar a un auto en frenada repentina. Mentalmente eche puteadas a las noticias sensacionalistas, culpables todas de mi miedo quizás infundado, quizás no, no sé. La cosa es que bajé por la calle que da a la costanera, un poco de tranquilidad marina no me vendría mal.

Pero en mi soledad me di cuenta que no podía estar tranquila, aun me seguía esa nube tóxica generada por mis pensamientos tan repitentes. Quizás alguna voz ajena me sería útil.

Seguí caminando por la orilla del mar y un poco más allá me encontré con un grupo de jóvenes reunidos en un parque en el que durante el día se ven familias y niños jugando, y de noche se presta para centro de carretes baratos. Me invitaron a unirme a su webeo e incluso me ofrecieron de su pasta; y a pesar de que tenía ganas de conversar no acepté, no quería ese tipo de compañía. Se terminaron burlando de mi ropa, uno se me acercó a molestarme y yo me corrí mostrando furia en mis ojos. Tras echarnos unos garabatos preferí largarme. Ya estaba lo suficientemente apestada.

Al rato después terminé entrando a un pub universitario. Estaba llenísimo casi no se podía circular, el humo de cigarro apenas dejaba ver y había gente bailando reggeton de mil formas, algunos ultra borrachos jugoseando, grupos de minas haciéndose las sexys y parejas coqueteándose y toqueteándose. Yo traté de avanzar a la barra, pues por la entrada me correspondía una cerveza, pero en el camino un tipo se me atravesó y comenzó a bailar muy provocativamente, acercando su cara a la mía. Lo lancé lejos de una, me chocan los idiotas lanzados, más aun me chocan en esos momentos, era lo último que necesitaba.

Le pedí al de la barra si en vez de cobrar una cerveza podía cobrar una bebida (la cerveza me trae mal sabor de boca) y hostilmente me dijo que ese era el cover, así que no me quedó otra que aceptar. Pero cuando me trajo la cerveza ya abierta le dije que quería ver que me la sirviera, las malas experiencias te hacen desconfiar, y el tipo me respondió que no jodiera.

Yo me quedé en la barra con la cerveza en la mano mirando fijamente como atendía a otras personas, cuando pasó cerca mio lo llamé y al darse vuelta le lancé el vaso de cerveza de lleno en el rostro. Me dio mucha risa ver su cara de ofendido y me reí estrepitosamente junto con un borracho que estaba a mi lado que me apludió. Llamaron a los guardias y me sacaron del lugar sin mayor ruego, y antes de salir me volví para mirarlo y le levanté el dedo en señal de adios.

Terminé sentada en una banca frente al pub fumando cigarros sin expresión alguna. Iba como en el cuarto cuando un tipo se me acercó a hablarme. Me pidió fuego y le presté.

-Puedo sentarme al lado tuyo? - preguntó.

-Claro.

- Emm y qué haces aquí tan sola, esperas a alguien?

- Algo así.- le respondí - espero a alguien con quien hablar- lo miré de reojo y pregunté:- ¿Quieres sexo?

Entonces se largó a reír.

-No- me dijo.

-Ah, qué bueno, porque yo tampoco.

Y nos reímos juntos.

-Muy bien- me dijo- de qué quieres hablar?

En una noche pueden pasar cosas verdaderamente interesantes.

martes, 12 de agosto de 2008

Mientras.....


Hay un tipo hablando delante sobre el sentido común, la confianza e idearios sociales. También hay cerca de veinticinco muebles durmientes haciéndole creer que lo oyen, otros cinco que sí lo hacen y otros cuantos hechándole puteadas mentales pajeras producto del sueño y del tiempo que pasa tan lento.

Afuera hay un perro enfermo y hambriento, enrrollándose en sí mismo buscando calor.

Un poco más allá una madre soltera cansada llegando a trabajar con sus hijos pequeños en mente, a los que dejó en la entrada del Jardín Infantil a las siete de la mañana (hora en que aún no abría) porque no tenía donde dejarlos.

Cinco cuadras más al norte, en una casa grande y modesta hay una mujer sirviendo desayuno a su marido con las manos temblorosas, la cabeza gacha y un par de moretones en su espalda.

Bajando por la misma cuadra hacia el mar se ve entre cartones a un joven de unos veintitrés años durmiendo después de una noche de farra. En unos momentos más despertará angustiado por un poco más de droga.

También hay una estudiante de enseñanza media de quince años de modesta situación económica siendo ofendida por su directora, diciéndole que debe conformarse con lo poco que tiene. Hace semanas que está pidiéndole una mejor biblioteca para su liceo.

Mientras en una oficina de la Municipalidad hay un hombre de bigote y cargo público diciéndole a su secretaria que cancele la reunión con los pobladores de un campamento, pues lo han llamado del partido a un almuerzo para su próxima campaña.

Más allá de los límites formales de la ciudad hay un niño de ocho años pasando silenciosamente de la mano de su hermano pequeño por sobre su padre que duerme borracho. Va camino al vertedero a buscar algo para comer.

Podría mencionar mil ejemplos de lo que están sufriendo algunos mientras hago escuchar a este docente parlante, pero es un número mucho mayor de los que están haciendo algo por ayudarlos.

jueves, 7 de agosto de 2008

Viaje

Se que vivo lejos de la U. Que quizás en vez de un simple tomar la micro esta cosa ya se ha convertido en un verdadero viaje. Este hecho podría parecerme natural, rutinario y bastante obvio. De hecho muchas veces es así. Me subo a la micro, digo un buenos días a veces mecánico (depende de mi estado de ánimo), me instalo en un asiento que se encuentre a la mitad, ojalá de ventana, me enchufo a los audífonos y a perderse. En esos días suelo mirar por la ventana, pero ¡ojo! no es la Karina la que está mirando por la ventana, sino su simple representación, una especie de holograma inconsciente. Porque en realidad no estoy ahí, mi mente viaja hacia otros lugares, no miro el recorrido, no me importa la gente de las calles. Ahí estoy con los típicos “chicles mentales”, esos temas cotidianos que te dan vueltas y vueltas y más vueltas, comienzas analizando cada parte de lo que hiciste, cada gesto que articulaste, cada palabra que dijiste, y las inviertes y cambias su sentido e imaginas el “qué hubiera pasado si…”.

Pero después de varias sesiones tóxicas seudo-paranoicas de pensamientos rumiantes decidí dedicarme a observar cuidadosamente y analizar este fenómeno llamado “viaje en micro”.

Me di cuenta que la micro muchas veces suele tener un efecto mecedor en las personas. El asunto de dormir en ellas es todo un cuento. El otro día le pedí a una señora con lentes de sol si me podía dar la pasada para sentarme en el asiento de la ventana y no pareció oírme. Me asomé por encima y claramente estaba dormida, su cabeza se parecía a esas de los perros porfiados que antes se usaban en los autos. Me sonreí y con el dolor de mi alma (quizás le estuviera matando algún sueño reponedor) le tantié el brazo a ver si me oía. Y una vez sentada ni siquiera había terminado de guardar mi pase escolar cuando la pobre ya estaba dormida de nuevo. “Menos mal que me bajo como en una hora más”, pensé.

El otro tema interesante son las conversaciones de micro: la gente jura que nadie más los oye. Puede sonar metiche, sin vida, al estilo “vecina bisagra” (si no está en la puerta está en la ventana), pero me es inevitable cuando la pila de trescientos pesos del pen drive ya no dio para más. Me ha tocado oir desde pelambres de barrio hasta conversaciones entre estudiantes de media que de cada diez palabras que pronuncian, siete son garabatos; incluyendo confesiones entre amigas sobre infidelidad. (Aprendizaje: habla bajo, los demás sí te oyen)

Mi gran técnica para llegar más rápido a casa a nivel más perceptivo ha consistido últimamente en la observación silenciosa. Es casi una etnografía contemplar las aventuras de micro, la gente de siempre en los horarios de siempre, las conversaciones, las eternas peleas de los choferes con los estudiantes, el recorrido tan rutinario, las mismas calles, las empresas, las casas, los negocios, la gente que a veces no parece gente, los que miramos por la ventana y nos perdemos en los cerros, ese serpenteante recorrido, toda una música de fondo para el vaivén de cuerpos inertes agotados por terminar el día o somnolientos por empezarlo.

¿Y me preguntaban qué hacía para soportar una hora de viaje?