Me pongo verde y arrugada, me achato, me avinagro y le digo a la cara “no sé perder, nunca pierdo”, y él sonríe diciendo “Ya has perdido”. Y me consumo, abriendo los ojos, empolvándose mi cabello.
Me hice bizca, fea, agria, fermentada, algo hedionda y un poco cínica. Me dijo: “siente el fracaso, mastícalo, trágalo, disfrútalo… es tuyo”. Mis ojos se tornaron inútiles y aniñados… entonces lo comprendí.
Nos miramos a los ojos observando nuestras manchas a destajo, las saboreamos y sonreimos ante ello. Llené mis dedos de su arrogancia y el de mi apestoso orgullo. Nuestro beso sabía a derrota y pasión.
Somos tan feos que nos amamos.
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